Published: 14/11/2019
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En América Latina y en el mundo han estallado en los últimos meses alzamientos nacionales contra la pobreza, la desigualdad y la austeridad, tomando por sorpresa a gobiernos, aislados de la miseria institucionalizada que presiden. El resultado está por verse: en Chile, millones de personas continúan saliendo a la calle, sin querer renunciar a su lucha contra todo el orden social a cambio de concesiones menores. Pero en la empobrecida nación de Haití, una decidida movilización popular ha continuado durante más de un año, negándose a inclinarse ante la violencia y el hambre, incluso cuando la situación es cada vez más desesperante.

En octubre del año pasado, surgió un movimiento de masas que exigía que el gobierno se responsabilizara por la desaparición de miles de millones de dólares de fondos estatales. El gobierno de Jovenel Moïse, respaldado por Estados Unidos, “elegido” de manera fraudulenta en 2016 con una participación electoral inferior al 20%, no ha hecho otra cosa que responder con violencia implacable. Moïse, su familia y sus secuaces están directamente implicados en la corrupción generalizada y en la organización de la violencia paramilitar, generalmente atribuida a “pandillas” pero organizadas desde el palacio presidencial. El escaso poder adquisitivo del pueblo ha disminuido a la mitad durante su gobierno.

Mientras Moïse se niega a renunciar; todo el aparato del Estado se ha evaporado; solo quedan la violencia y el crimen organizados. Haití no tiene hospitales, escuelas, tribunales o parlamento que funcionen, ni combustible, ni divisas para pagar las importaciones de alimentos de los que depende. La capacidad de Haití para alimentarse fue destruida en el intento fallido de hacer del país una zona gigante de procesamiento de exportaciones cuando se injertó el neoliberalismo por la fuerza en arraigadas redes de corrupción. Las empresas de propiedad extranjera cierran y huyen. El hambre, la enfermedad y la muerte acechan al país. Pero la resistencia continúa.

La oposición a la intervención extranjera está profundamente arraigada en la conciencia nacional, producto de la rebelión contra el colonialismo francés, la invasión y ocupación estadounidense de 1915 (que introdujo el reclutamiento forzoso para trabajar) y el golpe de 1991 que derrocó al primer presidente democráticamente elegido de Haití, Jean Bertrand Aristide. El país todavía tiene que recuperarse del terremoto de 2010 que dejó a unas 220.000 personas muertas y desplazó a más de un millón. Las fuerzas de paz de Naciones Unidas trajeron cólera e introdujeron prácticas de tiro de las fuerzas de de paz brasileñas en la pobreza urbana; las ONG trajeron el tráfico sexual.

Los partidos políticos, que tradicionalmente han funcionado como redes de mecenazgo respaldadas por potencias extranjeras, tienen hoy cero credibilidad en Haití. El colapso político es tan completo como el colapso social, a tal punto que la expresión “crisis humanitaria” apenas lo capta.

El 10 de octubre, una amplia coalición de unas 150 organizaciones de la sociedad civil no partidarias emitieron una plataforma de medidas para enfrentar la crisis a través de un pasaje (Passerelle) de transición democrática. Entre los signatarios se encuentran 51 organizaciones sindicales, incluidos las centrales nacionales afiliadas a la CSI, las principales organizaciones de empleadores, asociaciones campesinas y organizaciones juveniles, estudiantiles, religiosas y de derechos civiles. Passerelle exige, entre otras medidas, la salida inmediata del presidente y el parlamento que no funciona, la revisión del sistema electoral y medidas para garantizar la supervisión de la sociedad civil cuando se realicen elecciones, así como medidas de emergencia para hacer frente al colapso social y económico.

La situación es inestable y la política en Haití está cargada de manipulación. El país necesita un apoyo masivo, pero no la “asistencia” de los últimos años. El pueblo de Haití sabe muy bien lo que no quiere. La participación sindical y el apoyo al Passerelle indican un camino para la solidaridad internacional. La UITA declara su total solidaridad con nuestra afiliada SYTBRANA y con los numerosos sindicatos de Haití y sus aliados de la sociedad civil que buscan una solución interna a la crisis, e insta al movimiento sindical internacional a apoyar a nuestras compañeras y compañeros que luchan a través de sus sindicatos para evitar el colapso y para reconstruir su país sobre nuevos cimientos.