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¿Avances en Grecia? Austeridad y solidaridad

13.01.15 Editorial
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Habrá elecciones parlamentarias en Grecia el 25 de enero y lidera las encuestas el partido de izquierda Syriza, que ha insistido constantemente en reestructurar la deuda y poner fin a la austeridad. La troika que integran el FMI, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo advierte de la "amenaza" de que Syriza llegue al poder y ha manifestado enérgicamente su apoyo a la coalición gobernante en Grecia, al condicionar más apoyo financiero a la reelección de un gobierno flexible. En realidad, una victoria de Syriza constituye una amenaza para el sofocante régimen de austeridad europea y mundial, y por ese motivo tiene que ser bienvenido y apoyado activamente.

Durante los últimos cuatro años, la troika del FMI, la UE y el Banco Cenral Europeo han impuesto al país una sucesión de programas de austeridad agresivamente duros como condición para apoyar a los bancos y a la tesorería. Ante la insistencia de la troika, el salario mínimo se redujo en un 22%, y 32% en el caso de trabajadores y trabajadoras menores de 25 años. La negociación colectiva fue destrozada, en violación flagrante del derecho internacional y de la legislación de la UE. Los servicios públicos fueron vaciados y escasean hasta  medicamentos básicos. La producción económica se ha reducido en un 25% en comparación con los niveles previos a la crisis, un nivel de destrucción que normalmente se asocia con la guerra. La cuarta parte de la población activa está sin trabajo, con un desempleo superior al 50% para los jóvenes. La desnutrición y la mortalidad infantil van en aumento.

Como era de esperar, los años de austeridad no han hecho otra cosa que empeorar la capacidad del país para pagar la deuda; la deuda pública como porcentaje del PIB es ahora un inmanejable 175%: más de 34% superior a 2010. Sencillamente, Grecia no tiene los recursos para pagar su deuda soberana, como lo ha reconocido a regañadientes hasta el FMI. El hecho de que la eurozona se haya deslizado hacia una deflación inducida por la austeridad agrava el problema. Sin embargo, la troika FMI-UE-Banco Central Europeo sigue infligiendo daño social y económico en gran escala, e insiste en continuar con la masacre.

Todo esto era previsible, y en cada etapa había alternativas factibles. Una importante reestructura de la deuda, junto con mayor  inversión pública en las primeras fases de la crisis, habrían evitado gran parte del dolor, y no sólo en Grecia. Los recortes al gasto público nunca han levantado un país de la recesión.  La "devaluación interna" (reducir costos para hacer más competitivas las exportaciones mediante la reducción de los salarios) nunca fue una solución plausible a la crisis de la deuda griega; la balanza comercial negativa del país ha mejorado, pero sólo porque las importaciones se han reducido sustancialmente como resultado de la disminución radical del consumo.

Si la troika insiste en más de lo mismo, y no sólo en Grecia, es porque tiene un proyecto político que cumplir: reducir en todos lados los servicios públicos, el poder sindical, el nivel de vida y los impuestos empresariales. La privatización tapará los agujeros fiscales.

La austeridad no es el producto de un alcance deficiente de la macroeconomía o de un fracaso de "diálogo social": se trata de un plan consciente para ampliar el poder empresarial. El programa viene siendo practicado y perfeccionado durante décadas en el mundo en desarrollo, en todas partes, con resultados igualmente desastrosos.

Llegó a la Unión Europea por primera vez con la imposición de la austeridad extrema en Estonia y Letonia a raíz de la crisis financiera de 2008. A pesar de décadas de creciente volatilidad y crisis en cascada, un movimiento obrero debilitado no estaba preparado para la crisis y no estaba equipado para articular e imponer una respuesta de izquierda coherente. Los partidos laboristas y socialdemócratas eran cómplices desde hace tiempo, incluso participantes activos en la aplicación de la nueva ortodoxia fiscal y política. Hubo poco debate en Suecia cuando se devastaron las economías bálticas para rescatar a los bancos suecos. Los trabajadores y las trabajadoras de estos países fueron abandonados a su suerte, sin ningún apoyo real.

Con poca oposición efectiva, la austeridad europea se propagó primero a Grecia, luego a España y Portugal, y después más al norte. Al mismo tiempo, el avance de la austeridad despejó el camino para una derecha cada vez más agresiva, racista y xenófoba que ofrece respuestas simplistas a la crisis del status quo.

Syriza surgió de una oleada de revuelta popular, y esa revuelta debiera ser alentada. Pero una victoria electoral el 25 de enero va a desencadenar de inmediato hostilidad financiera generalizada. Incluso si el partido tiene éxito en armar un gobierno de coalición (y habrá una gran presión para bloquearlo) las dificultades recién ahí van a empezar. Va a ser muy difícil negociar alivio de la deuda y Grecia podría no tener más remedio que abandonar el euro, provocando una fuga masiva de capitales. La presión también caerá inmediatamente en España y Portugal, donde las elecciones están previstas para finales de este año, y el ascendente Podemos de España podría (al igual que Syriza) convertirse en un vehículo para la esperanza.

Las elecciones griegas ofrecen un gran avance potencial, pero para llevar a cabo su programa, un gobierno de izquierda va a necesitar mucha comprensión y apoyo extranjeros. Los sindicatos deben estar a la vanguardia para generar ese apoyo.